Plaza de Ponchos-Otavalo |
Entre las diversas expresiones culturales que identifican al pueblo indígena de Otavalo, las artesanías ocupan un lugar de suma importancia en la economía de la ciudad. Todos los sábados, desde muy temprano hasta entrada la noche, la actividad comercial desemboca en la afamada plaza de ponchos. Aquí los caminantes del país y del mundo encuentran infinidad de prendas tejidas cuya tradición data desde antes de la época de la colonia. La mayoría de estas prendas se confeccionan en telares de madera, en pequeños talleres generalmente regentados por familias. Uno de los herederos de estos saberes es don José Luís Pichamba, oriundo de la parroquia de Peguche.
Con una sincronización de reloj antiguo, todas las mañanas capitanea una máquina rudimentaria con la que desde joven tejió su futuro y hoy, entre silencios teje recuerdos. Siendo un oficio del cual depende la subsistencia familiar, entre sus hilos, también se teje el sustento cultural que identifica a la comunidad, se construye el apego a las cosas queridas, esa manera de conservar los saberes, de relacionarse con la naturaleza y de manifestarse. Sin embargo, es un trabajo duro que demanda de mucho tiempo inclinado sobre el telar.
El telar artesanal es una estructura formada por un conjunto de hilos y alambres dispuestos casi siempre en forma vertical, llamados urdimbre que se entrelazan con los hilos transversales denominados trama. En este complejo sistema de palos y marcos de madera los pies y las manos son la fuerza que activa los dispositivos básicos. Los pies accionan los pedales para que los bastidores suban y bajen entre los hilos de la urdimbre. Las manos en cambio se encargan de hacer correr la lanzadera de un extremo a otro de modo que el hilo va formando un trenzado con la urdimbre. Hasta que nacen las telas.
Los primeros trabajos que realizaba la familia se hacían en lana de borrego. Confeccionaban ponchos, chalinas, chales y pañoletas, pero para obtener la lana en buenas condiciones, tenía que pasar por varios procesos previos. Aunque estos artesanos son dueños de su trabajo dependen de las condiciones que les impone el mercado. Cuando los pedidos son grandes, según la temporada, llegan a trabajar hasta dieciséis horas, pero de un tiempo acá, las ganancias han disminuido.
Al igual que hicieron sus padres, ellos también inculcaron en sus hijos la tradición. Todos, a su tiempo, dejaron en estos telares sudores y desvelos. En el camino se hicieron músicos y solo Luís Alfonso asumió el legado familiar como un oficio permanente.
Pero los tiempos han cambiado y la tradición de trabajar en telares de madera poco a poco es relegada a un plano secundario. Si bien la calidad es mejor respecto a la de los telares eléctricos, el proceso de confección de las prendas demanda de mayor tiempo, la producción es baja y los costos son más altos. Por eso, aunque guarda con cariño las enseñanzas de su padre, desde hace cuatro años, Luís Alfonso decidió producir en telares eléctricos en los cuales confecciona chalinas, chales y bufandas. Pero aún así, la situación no es buena.
En corto tiempo los telares de madera terminarán siendo piezas de museo y sus viejos trabajadores olvidados. Es el signo de la modernidad. Así culminará una tradición de sueños y desvelos que entre los hilos y los maderos tejieron parte de la identidad cultural de una comunidad, de un pueblo.