Con las mismas palabras

Vivir en un país como Ecuador y en una región como Latinoamérica, sin conocer la riqueza de su cultura y de su historia, la grandeza de sus personajes y de sus pueblos, sería negar nuestra propia existencia. Este espacio pretende ser una ventana abierta al conocimiento y reconocimiento de lo que somos. Bienvenidos, bienvenidas. Un abrazo.

martes, 24 de agosto de 2010

PEGUCHE – TELARES

Plaza de Ponchos-Otavalo
Entre las diversas expresiones culturales que identifican al pueblo indígena de Otavalo, las artesanías ocupan un lugar de suma importancia en la economía de la ciudad. Todos los sábados, desde muy temprano hasta entrada la noche, la actividad comercial desemboca en la afamada plaza de ponchos. Aquí los caminantes del país y del mundo encuentran infinidad de prendas tejidas cuya tradición data desde antes de la época de la colonia. La mayoría de estas prendas se confeccionan en telares de madera, en pequeños talleres generalmente regentados por familias. Uno de los herederos de estos saberes es don José Luís Pichamba, oriundo de la parroquia de Peguche.

Con una sincronización de reloj antiguo, todas las mañanas capitanea una máquina rudimentaria con la que desde joven tejió su futuro y hoy, entre silencios teje recuerdos. Siendo un oficio del cual depende la subsistencia familiar, entre sus hilos, también se teje el sustento cultural que identifica a la comunidad, se construye el apego a las cosas queridas, esa manera de conservar los saberes, de relacionarse con la naturaleza y de manifestarse. Sin embargo, es un trabajo duro que demanda de mucho tiempo inclinado sobre el telar.

El telar artesanal es una estructura formada por un conjunto de hilos y alambres dispuestos casi siempre en forma vertical, llamados urdimbre que se entrelazan con los hilos transversales denominados trama. En este complejo sistema de palos y marcos de madera los pies y las manos son la fuerza que activa los dispositivos básicos. Los pies accionan los pedales para que los bastidores suban y bajen entre los hilos de la urdimbre. Las manos en cambio se encargan de hacer correr la lanzadera de un extremo a otro de modo que el hilo va formando un trenzado con la urdimbre. Hasta que nacen las telas.

Los primeros trabajos que realizaba la familia se hacían en lana de borrego. Confeccionaban ponchos, chalinas, chales y pañoletas, pero para obtener la lana en buenas condiciones, tenía que pasar por varios procesos previos. Aunque estos artesanos son dueños de su trabajo dependen de las condiciones que les impone el mercado. Cuando los pedidos son grandes, según la temporada, llegan a trabajar hasta dieciséis horas, pero de un tiempo acá, las ganancias han disminuido.

Al igual que hicieron sus padres, ellos también inculcaron en sus hijos la tradición. Todos, a su tiempo, dejaron en estos telares sudores y desvelos. En el camino se hicieron músicos y solo Luís Alfonso asumió el legado familiar como un oficio permanente.

Pero los tiempos han cambiado y la tradición de trabajar en telares de madera poco a poco es relegada a un plano secundario. Si bien la calidad es mejor respecto a la de los telares eléctricos, el proceso de confección de las prendas demanda de mayor tiempo, la producción es baja y los costos son más altos. Por eso, aunque guarda con cariño las enseñanzas de su padre, desde hace cuatro años, Luís Alfonso decidió producir en telares eléctricos en los cuales confecciona chalinas, chales y bufandas. Pero aún así, la situación no es buena.

En corto tiempo los telares de madera terminarán siendo piezas de museo y sus viejos trabajadores olvidados. Es el signo de la modernidad. Así culminará una tradición de sueños y desvelos que entre los hilos y los maderos tejieron parte de la identidad cultural de una comunidad, de un pueblo.



lunes, 23 de agosto de 2010

MATAJE


Esmeraldas es una tierra de contrastes. A la belleza de sus paisajes y a la riqueza de sus bosques y de sus ríos se contrapone la difícil situación económica y social de sus moradores, sobre todo en los poblados fronterizos. En el extremo norte de la provincia a una hora del cantón San Lorenzo se encuentra la parroquia de Mataje. Hace trece años no existía carretera y solo se podía llegar utilizando canoa, primero por el mar y luego remontando el río. Hasta estos límites arribamos junto a un grupo de técnicos y estudiantes de la Universidad Técnica del Norte quienes realizarían un estudio de la zona para determinar el impacto de las aspersiones de glifosato efectuadas por el gobierno colombiano.

Mataje tiene una población, registrada hasta el 2005, de ochocientos veintiún habitantes. El pueblo originario está ubicado a orillas del río del mismo nombre con casas de madera y techos de zinc. Trecientos metros hacia el sur un conjunto de casas de cemento desentonan la pintoresca visión del paisaje. Una vez instalados, el equipo de investigadores designó las tareas a cumplirse. Durante tres días, a unos les correspondió recolectar ejemplares de reptiles, mamíferos y aves. Otros fotografiaron especies de plantas, algunas visiblemente quemadas, alo mejor por efectos del glifosato. Los del componente ambiental agropecuario se ocuparon en la recolección de muestras de tierra en distintos sitios. También se realizaron encuestas a los moradores para valorar su situación socio económica actual. La siguiente fase se desarrollará en el laboratorio. El objetivo es conocer la presencia de glifosato en los tejidos de los animales silvestres y en los productos del bosque tropical en las principales especies que consume la población nativa. Mientras esto ocurría en el campo académico, camarógrafo y reportero quisimos saber cómo vive este pueblo.

En la primera década del siglo XXI se tiene noticias de Mataje únicamente en términos de violencia. La zona es el escenario de varios reportes de prensa que dan cuenta de una tierra sin ley donde son comunes la violencia y la muerte. Pero doña María Cevallos, enfermera auxiliar, desde hace veinte y ocho años manifiesta lo contrario. "Aquí la gente es sumamente amable y respetuosa, todos viven de su trabajo por poco que sea. No es cierto eso que dicen que Mataje está en "rojo", por la violencia."

Al frente viven nuestros hermanos colombianos afectados por un conflicto interno que desangra a ese país por más de sesenta años, sin embargo los testimonios de los moradores dan cuenta de una buena vecindad. Robin Pérez comenta que lo más preocupante son las condiciones precarias de vida generadas por décadas de indolencia gubernamental.

Tan abandonado es este pueblo que los datos que se tiene de su situación social y económica datan de hace cinco años. Según estudios de la corporación Coordinadora Nacional para la Defensa del Ecosistema Manglar, el nivel de pobreza e insalubridad del pueblo, en el dos mil cinco, bordeaba el 94% dentro de la provincia. De cada diez habitantes nueve no alcanzaban a cubrir sus necesidades básicas. El grado de analfabetismo era de 36%, mayor en mujeres que en hombres. De cada cien habitantes treinta y seis no sabían leer ni escribir. En ese año los índices de salud eran los más alarmantes de la provincia. El 45% de los niños y niñas menores de cinco años sufría desnutrición crónica.


A esta realidad se agregaron las acciones del Plan Colombia. Cuentan los moradores que aproximadamente hace cinco años, desde el otro lado de la frontera las avionetas del gobierno colombiano rociaron con glifosato el bosque con serios daños en la salud de los moradores, sobre todo de los niños. También murieron los peces y gran parte de las especies forestales.

Con todos estos avatares, en los últimos años se han producido algunos cambios en los sectores de educación y salud. Hasta el 2006, la escuela estaba en la parte alta del pueblo y tenía el piso de tierra. Por gestiones de la comunidad se logró que el gobierno construya tres aulas en la parte baja a las que se agregó una cuarta a cargo de una empresa palmicultora instalada en la zona. La escuela acoge a cincuenta y seis niños y niñas, incluidos los hijos de los hermanos colombianos, desde el primero hasta el séptimo año de educación básica. El problema es que las aulas no son suficientes y se tienen que unir dos y hasta tres grados, en un mismo espacio, lo cual afecta el normal desempeño de docentes y estudiantes. Pero el mayor inconveniente es el económico que no permite la continuidad de los estudios. En cuanto a la salud, existe un subcentro medianamente equipado donde ecuatorianos y colombianos son atendidos en las mismas condiciones, aunque pocas veces cumple las necesidades de la población. La parasitosis y la anemia crónica son las enfermedades más comunes.

Miramos a un lado y a otro y nos preguntamos de qué vive este pueblo, qué alternativas tiene para mejorar sus condiciones de vida. Más allá de una agricultura de subsistencia en pequeñas parcelas y de la tala de los bosques para vender la madera, la mayor parte de la mano de obra es ocupada por las empresas palmicultoras en condiciones de explotación. Y el potencial turístico que podría ser una fuente importante de ingresos está intocado. Mataje es un pueblo sometido a dos fuegos, el de la violencia del gobierno colombiano y el del abandono de los gobiernos ecuatorianos. En estas condiciones, si es que el estado no atiende de manera urgente las necesidades básicas de sus moradores está condenado a desaparecer.







viernes, 20 de agosto de 2010

ESA VENTANA A LA VIDA LLAMADA RADIO


Recuerdo que cuando era niño, en la ciudad de Esmeraldas, a eso de la una y media de la tarde, mi abuela y mis tías abuelas, agobiadas por el sofocante calor del trópico, cogían sus abanicos, encendían la radio y se tumbaban en las hamacas para escuchar la radionovela de éxito del momento, no recuerdo su nombre. Aunque a mi temprana edad no entendía muchas cosas de la vida, la emoción con la que ellas escuchaban los episodios, cómo se transformaban sus rostros, según la intensidad del drama, son escenas vivas que perduran en mi memoria. Posiblemente, este fue el primer conocimiento que tuve acerca del poder de imaginación que suscita la radio en las personas.

Finalizados los estudios secundarios, después de un pedregoso recorrido por varios colegios, ingresé a la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. En segundo año tuve la posibilidad de hacer prácticas de radio en la emisora de la Universidad Técnica del Norte, la primera institución de educación superior del país que instaló una emisora, porque en Quito era casi imposible. Todos los días viernes viajaba junto a un compañero a Ibarra y grabábamos un programa de una hora de duración llamado “Tierra, Son y Tambor del Caribe”, en el que abordábamos temas culturales de los países Antillanos, pero fundamentalmente su música y los instrumentos que se utilizaban para su interpretación.

La preparación del programa duraba tres días. Para la elaboración de los textos consultaba en la biblioteca de la Casa de la Cultura Ecuatoriana porque era la única que tenía una sección de música con una bibliografía bastante amplia. En cuanto al material sonoro, hice un viaje a Esmeraldas. Un tío mío tenía una enorme colección de discos y me prestó cerca de quinientos discos de larga duración de música caribeña interpretada por las mejores orquestas y cantantes. Con todo ese material logramos grabar cincuenta programas que la emisora Universitaria los transmitía los días viernes en la noche.

Al cabo de un tiempo, por esas cosas que tiene la vida, me radiqué en Ibarra y me llamaron a colaborar en un programa de Radio Universitaria. Al inicio me desempeñaba bastante bien frente al micrófono pero no conocía cómo funcionaban los controles. En un lapso de tres meses me fui familiarizando de manera más directa con el mundo de la radio, hasta que ya me sentí capaz de conducir solo, desde los controles, el programa. Al cabo de un mes me contrataron para que demuestre mi capacidad y -sin falsas modestias- creo que lo hice bien.

Durante un año llegue a producir cinco programas: De los Andes a Bach, sobre música sinfónica; Para vivir, una revista musical con comentarios sobre temas variados de la cultura; A dos voces, acerca de la poesía hispanoamericana, con lectura de poemas y música relacionada con los textos; Nuestra América, abordaba temas históricos. Personajes y acontecimientos de los pueblos de nuestro continente; y Por quién doblan las palabras, sobre un proyecto de lectura de la Universidad. Aunque en la actualidad trabajo en la televisión mi pasión siempre ha sido la radio.







jueves, 19 de agosto de 2010

MORONGA - TANDA


DOS REALIDADES DE LA MISMA TIERRA


Tocachi es una de las cinco parroquias del cantón Pedro Moncayo, ubicado al norte de la provincia de Pichincha. Hace mil quinientos años, este territorio fue parte de la cultura Quitu Cara, de heroica resistencia a la invasión inca y posteriormente a la conquista española. En la Colonia estas tierras constituyeron los latifundios de las poderosas familias criollas, condición que se mantuvo hasta bien entrada la época de la república. Según datos del último censo poblacional, realizado en el año dos mil uno, en Tocachi viven mil quinientas setenta personas, ubicadas en varias comunidades campesinas. Una de ellas es San Luís de Moronga, un conjunto de casas dispersas y una iglesia situadas a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar.

A nuestra llegada encontramos a sus moradores en una minga de reforestación con especies nativas para proteger a las laderas de la erosión. Dentro de unos quince años, las plantas alcanzarán su edad adulta y si ya no están ellos, esperan que sus hijos y sus nietos sean los beneficiarios directos.

La comunidad se creó hace aproximadamente treinta y cinco años. En la actualidad existen veinte y cuatro familias. La única actividad productiva es la agricultura, pero sus suelos arenosos carecen de agua, no existe un sistema de riego. Sin agua no hay producción y sin producción no hay fuentes de trabajo. La sequedad de la tierra y de las instituciones estatales son las causantes de que la mayoría de sus moradores emigren a las grandes ciudades con la consiguiente desintegración de las familias. Junto a la iglesia funcionaba una escuela pero está abandonada porque los niños también han emigrado. Solo un grupo de dieciocho personas de la tercera edad y dos niños con capacidades especiales reciben la asistencia de una fundación que, de lunes a viernes, les da el almuerzo. El resto de los moradores continúan viviendo de la agricultura en condiciones precarias.

Hacia abajo a dos mil trescientos metros sobre el nivel del mar, entre los pliegues de la montaña, se encuentra una pequeña meseta llamada tanda, que en quichua significa pan de maíz. Aquí también estaban en minga, pues el gobierno provincial de pichincha había donado una importante cantidad de plantas nativas para reforestar las lomas.

Hace cincuenta años la vida en tanda era diferente. Cuentan sus moradores que tenían que viajar a lomo de burro hasta la quebrada más próxima para conseguir agua, lo propio hacían a Cochasquí para intercambiar sus productos con los de otras regiones de la provincia. Todo esto bajo un sistema de explotación. A partir de mil novecientos setenta con la aplicación de la reforma agraria la comunidad se organizó y emprendió procesos que dieron un vuelco a su realidad. Formaron la Asociación Agrícola Tanda y en 1981 lograron la personería jurídica. De ahí en adelante esta comunidad se ha convertido en un modelo de desarrollo con características propias. 
 
 
A diferencia de Moronga, la comunidad de Tanda gestiona su bienestar proponiendo proyectos de dotación de agua para el riego por medio de la instalación de pequeños reservorios. Se estima que para después de tres años, toda la meseta será un conjunto de huertos frutales, por lo pronto se están creando las condiciones. Quienes hace más de una década emigraron por la falta de empleo ahora están retornando. En unos veinte años, si las condiciones se mantienen, moronga podría llegar a desaparecer, por el contrario, si tanda continúa sembrando, florecerá en la nueva vida de sus habitantes. Tanda y Moronga, dos realidades de la misma tierra.






miércoles, 18 de agosto de 2010

Inti Raymi



Hola amigos/as quiero compartir con ustedes una de las actividades culturales que realizan los pueblos originarios en las celebraciones del Inti Raymi en la Comunidad de Punyaro, en Otavalo. Espero que les guste. Envíen sus comentarios.

YACUCALLE Y SUS PROBLEMAS


Yacucalle y sus problemas






Basura, mal estado del alumbrado público y delincuencia son algunos de los problemas latentes que viven la mayoría de los barrios de la ciudad de Ibarra. La situación en Yacu Calle no es ajena a esta realidad.

Son las 7 de la mañana de un día jueves en la intersección de las calles Bartolomé García y Carlos Emilio Grijalva. En 30 minutos pasará el carro recolector de basura del municipio y ya se observan, delante de las puertas de casa, los paquetes de desechos que producen los hogares en su vida cotidiana. Poco a poco otros moradores se suman a esta tarea. El inconveniente surge cuando el recolector no llega y los perros, que a esa hora abundan, destrozan las fundas y riegan los desperdicios.
Para la señora Aída López, moradora del lugar desde hace veinte y cinco años, la molestia de la basura ha sido una constante en el sector. “Los moradores saben que el recolector pasa los días martes, jueves y sábados a las 7:30HOO, sin embargo muchos se adelantan a este horario y otros sacan la basura en los días no establecidos. No existe colaboración de las y los moradores, falta crear una de conciencia de barrio”.

A esto se suma la delincuencia que en temporada vacacional cobra fuerza, pues existen robos a los domicilios y asaltos a los transeúntes, sobre todo por las noches, debido a la falta de un alumbrado público adecuado.

José Elías Ruano, domiciliado en la calle Rafael Sánchez y Teodoro Gómez comentó que el año anterior, en el mes de agosto, fueron asaltadas las dos casas contiguas a su vivienda. “Entre eso de las 3 de la mañana los ladrones se subieron por los balcones, parece que los dueños habían dejado las ventanas sin seguro y por ahí se metieron. Cuando regresaron de la playa se encontraron con la sorpresa. Les habían robado joyas, electrodomésticos pequeños y dos computadoras”.

En la temporada de los racionamientos, un morador que pidió no ser identificado fue asaltado en la madrugada, al llegar a su casa. Cuando se aprestaba a abrir la puerta sintió que un brazo fuerte le apretaba el cuello, mientras el otro le metía la mano al bolsillo. Cuando quiso reaccionar el ladrón ya se había perdido en la oscuridad como si se lo hubiese tragado la noche. Le robó el celular y treinta dólares. “En ese período se quiso formar una brigada de vigilancia comunitaria, porque la policía dijo que carecía de personal suficiente para la vigilancia oportuna de todos los barrios, pero fracasó porque cada morador antepone sus intereses, sus conveniencias. Claro, como a ellos no les ha pasado nada todavía”.

La vigencia de estos problemas se mantiene casi en los mismos términos. Respecto a la basura; los ciudadanos y ciudadanas no tienen conciencia plena de la necesidad de vivir en un ambiente alejado de la contaminación. En cuanto al alumbrado público; existen luminarias que no funcionan convirtiendo a las calles semioscuras en un escenario propicio para que la delincuencia actúe.