Recuerdo que cuando era niño, en la ciudad de Esmeraldas, a eso de la una y media de la tarde, mi abuela y mis tías abuelas, agobiadas por el sofocante calor del trópico, cogían sus abanicos, encendían la radio y se tumbaban en las hamacas para escuchar la radionovela de éxito del momento, no recuerdo su nombre. Aunque a mi temprana edad no entendía muchas cosas de la vida, la emoción con la que ellas escuchaban los episodios, cómo se transformaban sus rostros, según la intensidad del drama, son escenas vivas que perduran en mi memoria. Posiblemente, este fue el primer conocimiento que tuve acerca del poder de imaginación que suscita la radio en las personas.
Finalizados los estudios secundarios, después de un pedregoso recorrido por varios colegios, ingresé a la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. En segundo año tuve la posibilidad de hacer prácticas de radio en la emisora de la Universidad Técnica del Norte, la primera institución de educación superior del país que instaló una emisora, porque en Quito era casi imposible. Todos los días viernes viajaba junto a un compañero a Ibarra y grabábamos un programa de una hora de duración llamado “Tierra, Son y Tambor del Caribe”, en el que abordábamos temas culturales de los países Antillanos, pero fundamentalmente su música y los instrumentos que se utilizaban para su interpretación.
La preparación del programa duraba tres días. Para la elaboración de los textos consultaba en la biblioteca de la Casa de la Cultura Ecuatoriana porque era la única que tenía una sección de música con una bibliografía bastante amplia. En cuanto al material sonoro, hice un viaje a Esmeraldas. Un tío mío tenía una enorme colección de discos y me prestó cerca de quinientos discos de larga duración de música caribeña interpretada por las mejores orquestas y cantantes. Con todo ese material logramos grabar cincuenta programas que la emisora Universitaria los transmitía los días viernes en la noche.
Al cabo de un tiempo, por esas cosas que tiene la vida, me radiqué en Ibarra y me llamaron a colaborar en un programa de Radio Universitaria. Al inicio me desempeñaba bastante bien frente al micrófono pero no conocía cómo funcionaban los controles. En un lapso de tres meses me fui familiarizando de manera más directa con el mundo de la radio, hasta que ya me sentí capaz de conducir solo, desde los controles, el programa. Al cabo de un mes me contrataron para que demuestre mi capacidad y -sin falsas modestias- creo que lo hice bien.
Durante un año llegue a producir cinco programas: De los Andes a Bach, sobre música sinfónica; Para vivir, una revista musical con comentarios sobre temas variados de la cultura; A dos voces, acerca de la poesía hispanoamericana, con lectura de poemas y música relacionada con los textos; Nuestra América, abordaba temas históricos. Personajes y acontecimientos de los pueblos de nuestro continente; y Por quién doblan las palabras, sobre un proyecto de lectura de la Universidad. Aunque en la actualidad trabajo en la televisión mi pasión siempre ha sido la radio.
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