Esmeraldas es una tierra de contrastes. A la belleza de sus paisajes y a la riqueza de sus bosques y de sus ríos se contrapone la difícil situación económica y social de sus moradores, sobre todo en los poblados fronterizos. En el extremo norte de la provincia a una hora del cantón San Lorenzo se encuentra la parroquia de Mataje. Hace trece años no existía carretera y solo se podía llegar utilizando canoa, primero por el mar y luego remontando el río. Hasta estos límites arribamos junto a un grupo de técnicos y estudiantes de la Universidad Técnica del Norte quienes realizarían un estudio de la zona para determinar el impacto de las aspersiones de glifosato efectuadas por el gobierno colombiano.
Mataje tiene una población, registrada hasta el 2005, de ochocientos veintiún habitantes. El pueblo originario está ubicado a orillas del río del mismo nombre con casas de madera y techos de zinc. Trecientos metros hacia el sur un conjunto de casas de cemento desentonan la pintoresca visión del paisaje. Una vez instalados, el equipo de investigadores designó las tareas a cumplirse. Durante tres días, a unos les correspondió recolectar ejemplares de reptiles, mamíferos y aves. Otros fotografiaron especies de plantas, algunas visiblemente quemadas, alo mejor por efectos del glifosato. Los del componente ambiental agropecuario se ocuparon en la recolección de muestras de tierra en distintos sitios. También se realizaron encuestas a los moradores para valorar su situación socio económica actual. La siguiente fase se desarrollará en el laboratorio. El objetivo es conocer la presencia de glifosato en los tejidos de los animales silvestres y en los productos del bosque tropical en las principales especies que consume la población nativa. Mientras esto ocurría en el campo académico, camarógrafo y reportero quisimos saber cómo vive este pueblo.
En la primera década del siglo XXI se tiene noticias de Mataje únicamente en términos de violencia. La zona es el escenario de varios reportes de prensa que dan cuenta de una tierra sin ley donde son comunes la violencia y la muerte. Pero doña María Cevallos, enfermera auxiliar, desde hace veinte y ocho años manifiesta lo contrario. "Aquí la gente es sumamente amable y respetuosa, todos viven de su trabajo por poco que sea. No es cierto eso que dicen que Mataje está en "rojo", por la violencia."
Al frente viven nuestros hermanos colombianos afectados por un conflicto interno que desangra a ese país por más de sesenta años, sin embargo los testimonios de los moradores dan cuenta de una buena vecindad. Robin Pérez comenta que lo más preocupante son las condiciones precarias de vida generadas por décadas de indolencia gubernamental.
Tan abandonado es este pueblo que los datos que se tiene de su situación social y económica datan de hace cinco años. Según estudios de la corporación Coordinadora Nacional para la Defensa del Ecosistema Manglar, el nivel de pobreza e insalubridad del pueblo, en el dos mil cinco, bordeaba el 94% dentro de la provincia. De cada diez habitantes nueve no alcanzaban a cubrir sus necesidades básicas. El grado de analfabetismo era de 36%, mayor en mujeres que en hombres. De cada cien habitantes treinta y seis no sabían leer ni escribir. En ese año los índices de salud eran los más alarmantes de la provincia. El 45% de los niños y niñas menores de cinco años sufría desnutrición crónica.
A esta realidad se agregaron las acciones del Plan Colombia. Cuentan los moradores que aproximadamente hace cinco años, desde el otro lado de la frontera las avionetas del gobierno colombiano rociaron con glifosato el bosque con serios daños en la salud de los moradores, sobre todo de los niños. También murieron los peces y gran parte de las especies forestales.
Con todos estos avatares, en los últimos años se han producido algunos cambios en los sectores de educación y salud. Hasta el 2006, la escuela estaba en la parte alta del pueblo y tenía el piso de tierra. Por gestiones de la comunidad se logró que el gobierno construya tres aulas en la parte baja a las que se agregó una cuarta a cargo de una empresa palmicultora instalada en la zona. La escuela acoge a cincuenta y seis niños y niñas, incluidos los hijos de los hermanos colombianos, desde el primero hasta el séptimo año de educación básica. El problema es que las aulas no son suficientes y se tienen que unir dos y hasta tres grados, en un mismo espacio, lo cual afecta el normal desempeño de docentes y estudiantes. Pero el mayor inconveniente es el económico que no permite la continuidad de los estudios. En cuanto a la salud, existe un subcentro medianamente equipado donde ecuatorianos y colombianos son atendidos en las mismas condiciones, aunque pocas veces cumple las necesidades de la población. La parasitosis y la anemia crónica son las enfermedades más comunes.
Miramos a un lado y a otro y nos preguntamos de qué vive este pueblo, qué alternativas tiene para mejorar sus condiciones de vida. Más allá de una agricultura de subsistencia en pequeñas parcelas y de la tala de los bosques para vender la madera, la mayor parte de la mano de obra es ocupada por las empresas palmicultoras en condiciones de explotación. Y el potencial turístico que podría ser una fuente importante de ingresos está intocado. Mataje es un pueblo sometido a dos fuegos, el de la violencia del gobierno colombiano y el del abandono de los gobiernos ecuatorianos. En estas condiciones, si es que el estado no atiende de manera urgente las necesidades básicas de sus moradores está condenado a desaparecer.
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